miércoles, 25 de junio de 2008

Pasajes

depósito de citas sobre el espacio público


De Nomos de la Tierra

Carl Schmitt

“La palabra griega para aquella primera medición en la que se basan todas las mediciones ulteriores, para la primera toma de la tierra como primera partición y división del espacio, para la partición y distribución primitiva es: nomos. Esta palabra, comprendida en su sentido original referido al espacio, es la más adecuada para tomar conciencia del acontecimiento fundamental que significa el asentamiento y la ordenación. […] La anulación del sentido primitivo es originada por una serie de distinciones y antítesis. Entre estás, la más importante es la contraposición entre nomos y fusis [expresión griega que los latinos tradujeron como natura], en virtud de la cual el nomos se convierte en un deber impuesto, que se separa del ser y se afirma frente al mismo. […] La palabra nomos no indica originalmente, en modo alguno, una mera disposición en la que pudieran separase el ser y el deber y dejar de tenerse en cuenta la estructura espacial de la ordenación concreta.

[…] Nomos, en cambio, procede de nemein, una palabra que significa tanto “dividir” como también “apacentar”. El nomos es, por tanto, la forma inmediata en la que se hace visible, en cuanto al espacio, la ordenación política y social de un pueblo, la primera medición y partición de los campos de pastoreo, o sea la toma de la tierra y la ordenación concreta que es inherente a ella y se deriva de ella. Nomos es la medida que distribuye y divide el suelo del mundo en una ordenación determinada, y, en virtud de ello, representa la forma de la ordenación política, social y religiosa. Medida, ordenación y forma constituyen aquí una unidad espacial concreta. En la toma de la tierra, en la fundación de una ciudad o de una colonia se revela el nomos con el que un estirpe o un grupo o un pueblo se hace sedentario, es decir, se establece históricamente y convierte a un trozo de tierra en le campo de fuerzas de una ordenación.


[…] Sobre todo puede considerarse al nomos como una muralla, puesto que también la muralla está basada en asentamientos sagrados. El nomos puede crecer y multiplicarse como la tierra y la propiedad: de un solo nomos divino se “nutren” todos los nomoi humanos. […] esta palabra no debe perder vinculación con un acontecimiento histórico, con un acto constitutivo de ordenación del espacio. […] El nomos en su sentido original es precisamente plena ‘inmediatitud’ de la fuerza jurídica no atribuida por leyes [esto es muy nazi….]; es un acontecimiento histórico constitutivo, un acto de legitimidad, que es el que da sentido a la legalidad de la mera ley […] Todas las regulaciones ulteriores, escritas o no escritas, toman su fuerza de la medida interna de un acto primitivo constitutivo de ordenación del espacio. Este acto primitivo es el nomos. Todo lo posterior son consecuencias o ampliaciones o bien nuevas distribuciones, es decir, una continuación sobre la misma base o bien modificaciones disolutivas del acto constitutivo de ordenación del espacio que representa la toma de una tierra, la fundación de una ciudad o la colonización.


[…] Mientras la historia del mundo no esté concluida, sino que se encuentre abierta y en movimiento, mientras la situación aún no esté fijada para siempre y petrificada, o expresada de otro modo, mientras los hombres y los pueblos aún tengan un futuro y no sólo un pasado, también surgirá, en las formas de aparición siempre nuevas de acontecimientos históricos universales, un nuevo nomos. […] No todas las ocupaciones de tierra representan un nomos, pero, por el contrario, el nomos siempre comprende en nuestro sentido un emplazamiento y una ordenación relativa al suelo”.


De Escombros
Martin Cerda

Paseo sin paseantes

Las Últimas Noticias, sábado 6 de diciembre, 1989, p. 7

Está hoy de moda convertir algunas calles céntricas en paseos. Lo idea edilicia es, en principio, saludable, grato o, si se quiere. “buena”, pero le faltó, sin embargo, algo importante para ser operativo: el “alma”, ánimo o espíritu paseante. No basta, en efecto, que los paseos estén llenos de gente que transita, vitrinea, conversa y se tropieza para que exista dicho ánimo o “alma”.

Pasear es, en verdad, una disposición sui generis que no siempre es posible en las calles, parques o plazas de nuestros días. Más bien, en todos partes, ocurre lo contrario: la gente que llenó las calles sólo se desplazó movida por algún objetivo concreto, o deambuló ensimismada, náufraga, crispada por el tedio, la tristeza o la amargura. Cuando en 1913 el joven Walter Benjamín visita por vez primera París, descubrió algo que jamás le habían ofrecido las avenidas y las calles de Berlín: el arte de la flanerie, el placer de errar a su guisa, el entusiasmo de pasear por la calle.

Algo he escrito sobre este asunto.

Hace treinta años, en medio del ruido horrible que hacían los tranvías, se podía encontrar en el ahora Paseo Ahumada a innumerables personas que no hacían otra cosa que dar un paseo; señoras elegantes, políticos archiconocidos, escritores célebres, “viejos verdes” y figurones de todos los pelajes. Algunos de ellos se congregaban diariamente en lugares determinados: el Banco de Chile, lo esquina de la Ville de Nice o las puertas del Roxy. Había algo de espectacular en todos ellos —los quevedo de Préndez Saldías, el chambergo de Julio Martínez Montt y los toperoles de Raúl Marín Balmaceda— y sus siluetas formaban parte de eso que Teófilo Cid llamó certeramente el “ritual de la calle Ahumada”.

Esa escena estaba, sin embargo, señalando el ocaso de una época de la vida nacional. Una época que, con sus altibajos, se venía arrastrando desde comienzos de siglo, y que consistía, en último trámite, en un gestuario complejo, algo teatral, pero que traducía, con alguna exactitud, los impulsos más arraigados de nuestra burguesía liberal. Hoy está de moda condenar (o, más exactamente, desfigurar, tergiversar) esa época en que los Presidentes de Chile podían pasearse por las calles sin otro protección que el respeto de la ciudadanía.


Estoy sentado en un banco del Paseo Ahumada, veo pasar mucho gente, pero, en verdad, no veo pasear a nadie.

Calles

Las Últimas Noticias, sábado 15 de diciembre, 1989, p. 5

El pulso de las ciudades se toma en la calle. Siempre fue así: en Atenas y en Roma, en Florencia y en Sevilla, en Ciudad de México y en Caracas. Durante la Edad Media, la vida cotidiana fue estrecha convivencia en la calle, el mercado y la iglesia: gesto gregario, vida callejera, pública escena (y, por ende, representación y, algunas veces, parodia). Sólo a partir del siglo XIX —como lo advirtió perspicazmente Walter Benjamín— el burgués parisiense se instituyó en hombre privado.

La significación de lo calle ha ido variando.

Villon, la novela picaresca, Lope de Vega (en parte por lo menos), Balzac y Baudelaire son eslabones de un largo rumor callejero: gestuario urbano. Otro tanto lo son Goya, Kubin y Gutiérrez Solana. Baudelaire —decía Sartre (Baudeloire, p. 222)— limitó la “geografía de su existencia” al laberinto callejero parisiense del siglo XIX. De ahí la atracción que ejerció sobre Walter Benjamín, parisófilo incurable.

Benjamín hizo de la calle un motivo recurrente de sus ensayos. Lo hizo en las estampas que componen Infancia en Berlín alrededor de 1900, en sus descripciones de Nápoles, Moscú y Marsella y, sobre todo, en su fallido libro París, capital del siglo XIX. El filósofo Ernst Bloch reunió, en Trazos, una serie de “manchas” urbanas que merecen ser retenidas por su penetración y elegancia. Ortega concibió su Estética en el tranvía mientras rodaba por la madrileñísima calle de Fuencarral. El genial (y algo olvidado) Ramón Gómez de la Serna hizo de la calle una veta inagotable.

Yo contraje el gusto por la vida callejera en mi nativa Antofagasta: aire salobre, rostros requemados por un sol implacable, estirpe portuaria (y, por lo tanto, cosmopolita), muchachas onduladas por el trópico. Luego mis largos años en el Caribe. Calles húmedas, asoleadas, palabreras y sonrientes. Vida estremecida por una oscura (y alegre) filiación africana. La calle está hecha de gestos. Esa hermosa mulata que camina es un sistema gestual y ella lo sabe y enfatiza.

Entre mis amigos figuran algunos grandes callejeros. Tres muertos que recuerdo con tristeza: Teófilo Cid, Sebastián Salazar Bondy (Lima la horrible) y Héctor A. Murena. Entre los vivos, Pierre de Place, Eddy Simons y Baica Dávalos. Nietzsche sostenía que las mejores ideas siempre vienen caminando, y lo vida, después de todo, es pura itineroncia.

Si tuviese que tomarle el pulso a nuestra apobreteada Cartagena, lo haría reteniendo el nombre de una de sus calles: Suspiros.

La ciudad geométrica

Las Últimas Noticias, jueves 27 de abril, 1978, p. 5

Cada revolución se ha propuesto, en última instancia, sustraer al hombre de la servidumbre del azar, ensayando reconstruir la sociedad de acuerdo a un modelo utópico de “ciudad”. Este propósito se encuentra no sólo en el expreso ideario de sus actores —declaraciones, discursos, escritos y consignas— sino, además, en el “lenguaje” de sus formas arquitectónicas, pictóricas, mobiliarias, vestimentales y gastronómicas. Se podría, en efecto, estudiar la historia de cada una dé estas formas, como microrritmos de cada proceso revolucionario.

“En las obras de arquitectura —escribla Quetremere de Quincy en 1798— nos agrada la grandeza de las masas (...). El hombre se enorgullece de sentirse pequeño frente a la obra de sus manos, porque le place la idea de su fuerza y poder”.

Es fácil reconocer en este párrafo de uno de los teóricos de la arquitectura revolucionaria el fraseo previo del optimismo antropológico de la Ilustración. En los grandes proyectos arquitectónicos de Boullóe, Ledoux y Poyet —como lo ha mostrado Jean Starobinski en un estudio notable—, no sólo se proponía el perfil utópico de una ciudad geométrica, sino, asimismo, se insinuaba, constantemente, una figura de hombre consonante con ella. Ambas dimensiones prolongaban el pensamiento ilustrado del siglo XVIII.

“La ciudad de los hombres —anotaba Paul Hazard resumiendo ese pensamiento— se construiría según líneas sencillas, una vez destruidas las arquitecturas desordenadas que cubrían la tierra (..). En un suelo allanado levantaría sus construcciones lógicas”.

Pero fiat ventas, pereat vita.

El anhelo utópico de una ciudad geométrica en la que estarían excluidos el azar, el caos o la incertidumbre, no tardó en secretar, al ser ensayado, sus propias sombras.

El orden luminoso, casi solar, de una razón omnímoda e ilimitada, terminó levantando, en el centro simbólico de París, un patíbulo múltiple, como si el Terror fuese el reverso obligado de todo intento de geometrizar el pulso incierto e inconcluso de la vida.


Divagaciones urbanas

Las Últimas Noticias, Sábado 20 de diciembre, 1980, p. 7

Confieso que la actual “comercialización” de algunos barrios y calles de Santiago suele sacarme de las casillas. Confieso, asimismo, que este ademán irritado es, en cierto modo, un gesto algo réactionaire. El desarrollo de toda ciudad moderna no es, después de todo, sino un producto del crecimiento del mercato, del proceso económico o, coma decía Werner Sombart, de la acumulación capitalista. Y, sin embargo, estimo legítima mi irritación por más de una razón.

El “progreso urbano” suele, en efecto, enmascarar operaciones financieras fríamente calculadas. Se bota un edificio, se demuele un barrio, se retraza una avenido, se lotea un predio periférico no tanto para solucionar un problema poblacional sino, en verdad, para obtener tal o cual beneficio. Esta ha ocurrido ya en lo historia de la mayor parte de las ciudades europeas y americanas. No se trata de construir una ciudad habitable sino, más bien, una ciudad rentable.

No siempre, sin embargo, los pobladores se dejan manipular pasivamente. Hace cuatro años, siendo gobernador de Caracas mi amigo Diego Arria, los habitantes del tradicional barrio (o parroquia) de La Pastora ocuparon masivamente las calles e impidieron los inicios de la remodelación de esa grata barrioda caraqueña. Gesto posiblemente utópico, pero, a la vez, encomiable en un continente, como el nuestro, donde la condición suele disfrazarse de “progreso”.

He visto, en estos últimos años, destruir, deformar o alterar barrios enteros en distintas ciudades de América. El Paraíso, sin duda el más hermoso barrio de Caracas hasta los años cincuenta, ha sido sistemáticamente demolido, afeado y entristecido. Otro tanto he visto hacer en Viña del Mar, Valparaíso y Santiago.

Si el desarrollo de toda ciudad moderna ha sido, durante los últimos siglos, un producto del crecimiento del mercato, cada cambio de ciclo económico ha determinado, asimismo, el destino, la frustración o lo muerte de muchas de ellas. No sólo pienso en Brujos, Venecia o Poitiers sino, asimismo, en ciudades como Copiapó, Valdivia y, sobre todo, Valparaíso. Son sólo fantasmas de lo que fueron.



miércoles, 18 de junio de 2008

Boletín Microrreflexivo de ONG Factoría

Bienvenid@s al boletín digital del así llamado “departamento de estudios” de ONG Factoría (www.factoriasurbanas.cl), destinado a discutir sobre el espacio público a partir de los proyectos de intervención realizados por la organización. También es la plataforma de comunicación de los proyectos del propio departamento de estudios. En fin, está abierto a consideraciones y consignas de variada índole.

materiales para una ideología de ONG Factoría

Hay cierta inquietud sobre los valores de la institución, pero no parece necesario entrar en pánico y a veces es bueno dejar que la práctica preceda a la reflexión. Mal que mal, como ya dijo un caballero de barbita (que no es Dios), la humanidad sólo se plantea problemas que puede resolver. Hay ciertos contornos que se deben ir afinando en conjunto. Se puede adelantar que, como observó ya Mara, respecto de las definiciones de lo público falta abordar la conflictividad como un elemento constitutivo.

BASES CONCEPTUALES PARA PROYECTOS ONG FACTORÍA

La historia de ONG Factoría está vinculada a proyectos de diseño participativo en espacios públicos. Respetando ese origen histórico, pero ampliando el alcance de nuestros futuros proyectos, podemos abstraer algunas ideas fundamentales contenidas en nuestra experiencia e interpretación del “diseño participativo”:

Diseño = def. Proceso reflexivo que tiene como finalidad la producción de artefactos, representaciones, espacios o instituciones a través de una red de procesos que incluyen la captura, manipulación, generación y comunicación de conocimiento práctico o discursivo. Este proceso ofrece respuestas a una estructura de requerimientos o constricciones predeterminadas y externas a él mismo.

1. El diseño como una política por otros medios, pero más en general, el interés por otros medios de hacer política o como una política de los medios. Esto implica reconocer una estructura de constreñimientos históricos pre-determinadas a cualquier acción en el ámbito público.

2. Considerando el diseño como una trama de procesos o actividades cuyos productos son sus manifestaciones temporales, rescatamos la participación o coautoría en tales procesos de aquellos que se ven afectados por el producto.

3. El diseño participativo es una metodología de trabajo que no está necesariamente dirigida hacia lo público, pero nuestra ONG tiene como objetivo trabajar en tal ámbito de lo público. ¿Qué es lo público? A partir de las investigaciones de Hannah Arendt sobre las transformaciones históricas de éste concepto, podemos identificar contenidos básicos que demarquen el ámbito de trabajo de la ONG:

Publicidad. Todo lo que aparece en público, puede verlo y oírlo todo el mundo y tiene la más amplia publicidad posible. Para nosotros (los modernos), la apariencia —algo que ven y oyen otros al igual que nosotros— constituye la realidad.

Identidad en la diversidad. Ser visto y oído por otros deriva su significado del hecho de que todos ven y oyen desde una posición diferente. Sólo donde las cosas pueden verse por muchos en una variedad de aspectos y sin cambiar su identidad, de manera que quienes se agrupan a su alrededor sepan que ven lo mismo en total diversidad, sólo allí aparece auténtica y verdaderamente la realidad mundana.

Ámbito de actividad compartido. El propio mundo, en cuanto es común a todos nosotros y diferenciado de nuestro lugar poseído privadamente en él. Este mundo, sin embargo, no es idéntico a la Tierra o a la naturaleza, como el limitado espacio para el movimiento de los hombres y la condición general de la vida orgánica. Más bien está relacionado con los objetos fabricados por las manos del hombre, así como con los asuntos de quienes habitan juntos en el mundo hecho por el hombre.

Permanencia. Si el mundo ha de incluir un espacio público, no se puede establecer para una generación y planearlo sólo para los vivos, sino que debe superar el tiempo vital de los hombres mortales. La publicidad es lo que puede absorber y hacer brillar a través de los siglos cualquier cosa que los hombres quieran salvar de la natural ruina del tiempo.